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11 ene 2013

Superhéroe rural

Soy un superhéroe. Nada especial: superfuerza, supervelocidad, gasolina súper, visión de rayos X, puedo volar… Un Superman de marca blanca. Y es que yo soy un superhéroe de pueblo, extraterrestre de nacimiento y manchego de adopción, con todo lo que ello conlleva. Un superhéroe más de tebeo que de cómic.

Llegué a la Tierra estrellando mi nave espacial en un melonar y me crié dentro de un entorno rural. Mi padre era un hombre de campo, aunque tenía también buena mano para la mecánica. Así, consiguió acoplar el motor atómico todavía intacto de mi nave en su John Deere. Causaba admiración y envidia —más de lo segundo que de lo primero— cuando adelantaba a los coches por la carretera con el tractor o cuando araba las viñas haciendo trompos y derrapes a velocidades vertiginosas. Mi madre era un ama de casa cariñosa y preocupada.

Durante mi época de lactante, me alimentaban dándome de mamar directamente de las vacas. De la mano de los superpoderes siempre va un superapetito, por tanto, dejaba a los pobres animales al borde de la deshidratación. Los gastos de mi manutención eran desorbitados, pero empezaron a ser compensados una vez hube cumplido los tres años, cuando empecé a trabajar como animal de tiro en el campo gracias a mi fuerza sobrehumana, sustituyendo así al tractor —y es que un motor atómico consume mucho, y no gasóleo, sino uranio enriquecido.

Cuando empecé mi educación en el colegio, mis padres decidieron que debía llevar en secreto lo de mis cualidades especiales. Por ello —y a pesar de mi avanzada inteligencia, capaz de comprender los entresijos más enrevesados de la física cuántica siendo sólo un niño— me obligaba a seguir los absurdos métodos de aprendizaje e, incluso, fallaba adrede algunas preguntas para no levantar sospechas.

Esta situación desesperaba a mi madre, poco amiga de la discreción. Le rechinaban los dientes cada vez que alguna de las madres de mis compañeros alardeaba de su hijo diciendo cosas como “pues mi hijo saca todo notables y sobresalientes” o “mi niño siempre nos ayuda en casa”. Para entonces, yo ya había multiplicado el rendimiento de la huerta gracias a mis conocimientos en ingeniería genética y había desarrollado un sistema de domótica propio que reducía enormemente las tareas del hogar. Pero mi madre no podía contar nada de eso a sus amigas y se limitaba a mostrarles una sonrisa forzada.

Al llegar a la adolescencia, empecé a sentir que mis habilidades podían servir para hacer este mundo un lugar mejor y decidí hacerme superhéroe. Convencí a mi madre para que me hiciese un traje —persuadiéndola de que no le pusiera adornos de encaje— y salí a la calle a combatir el crimen —aunque mi padre, hombre chapado a la antigua, no veía muy bien eso de que saliese a la calle en mallas y mascullaba palabras como “julandrón” o similares cada vez que salía por la puerta.

Como vivo en un pueblo tranquilo y pequeño, mi labor se limitaba a mediar en alguna trifulca de lindes —tocándome a mí, generalmente, volver a poner los hitos en su sitio—, o separar a dos hermanos que discutiesen por asuntos de reparto de herencias. Pero estos pequeños actos me hicieron darme cuenta de lo difícil que es ser superhéroe y vivir con tus padres.

Por ejemplo, descubrí mi punto débil: los guisos de mi madre eran mi particular kryptonita. Perdía todas mis fuerzas debido a las pesadas digestiones, viéndome obligado a echarme a la siesta. Además, no me dejaba utilizar la visión de rayos X porque, según ella, “podía aojar a la gente”.

Los inviernos eran muy duros, porque mi madre se empeñaba en que me abrigase, por lo que me confeccionó una capa de pana, con borreguillo en la parte interior que me ponía sobre un abrigo de plumas cada vez que salía a hacer la ronda. Debido al peso de la capa, tenía que coger mucha carrerilla para echar a volar, entrando en calor y empezando a sudar exageradamente. Además, debido al frío, se duplicaban las comidas de cuchara, lo que afectaba considerablemente a mi actividad de héroe.

Ahora me he independizado y vivo en un piso de alquiler en la capital. Como lo que quiero —comida precocinada calentada con mi supervisión— y salgo a la calle vestido como quiero —mal combinado y pasando un poco de frío en invierno por no ser previsor—. Como no sabía poner la lavadora, el traje de héroe me ha encogido y me tira. Ahora utilizo unos leotardos que combino con una camiseta de propaganda y unos calzoncillos por encima —cuando me quedan algunos limpios.

1 comentario:

  1. Después de leer esta biografia,he llegado a la conclusión de que todos los "superdotaos",ya sean superheroes ó superempollones,son "mu listos pa sus cosas pero mu tontos pa los reacaos".Y es que la lavadora es una máquina de otra galaxia(del planeta Madre)que si la aprendes a usar pierde todo el misterio que la rodea.Por lo demas ya era hora de que el "Tio de la Vara" tuviera un sustituto.

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