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5 jul 2013

Viaje a Muy Lejos

Al otro lado del parabrisas, la carretera, un río tan gris como las nubes que atormentaban su mente. “Vete lejos”, le había dicho Ana. “Ya no soporto más tu falta de personalidad. Estoy harta de que digas que sí a todo y agaches la cabeza, sin atreverte nunca a plantar cara. Por favor, vete lejos”. Quiso contestar con un rotundo “No, no voy a ningún sitio”, pero tal y como estaban los ánimos, más valía obedecer y no cabrear más a Ana. Así que se montó en el coche y avanzó sin importarle la dirección, sólo que la carretera fuese lo suficientemente larga.

A su derecha, apareció un cartel que rezaba “ATENCIÓN BANDAS SONORAS”. Aminoró la marcha, bajó la ventanilla y una armoniosa música llenó el coche. “El Último Mohicano, de las mejores obras compuestas en la historia del cine”, pensó. Aquello le animó un poco: de repente, la carretera parecía más amable, se sentía con ganas de seguir conduciendo hasta llegar al horizonte… pero el aviso de “nivel de carburante bajo” le dio a entender que el coche no estaba de acuerdo con lo de ir tan lejos.

Tomó la siguiente salida para repostar. Salió a atenderle un joven de mirada huidiza.

—¿Qué le pongo? —preguntó, y esperó junto al surtidor mirando nervioso en todas direcciones excepto en la que se encontraba su cliente.

Después de más de dos horas conduciendo, necesitaba hablar con alguien, pero aquel chico no parecía muy por la labor de iniciar una conversación. Por tanto, y a riesgo de quedar como un ignorante, aventuró:

—Sírvame sin plomo 95. Tengo entendido que la cosecha de ese año fue espléndida.
—Disculpe señor —contestó el muchacho—, pero mi madre me tiene dicho que no hable con extraños, y a usted no lo conozco de nada.
—Pues pongámosle remedio, conozcámonos. Le invito a comer. Además, ¿cuántos años tienes? ¿Veinticinco? —El chico hizo un gesto de “más o menos” con la cabeza—. Y a es hora de que tomes tus propias decisiones.
—Es irónico que diga usted eso cuando, precisamente, Ana le dejó por su falta de iniciativa.
—Emm… ¿Cómo sabes tú eso? —preguntó extrañado.
—Lo pone arriba. Si voy a aparecer en una historia, me gusta informarme de qué es lo que ha pasado antes —respondió el joven—. Pero lleva razón. No querría acabar como usted. Acepto su invitación.

Montaron al coche y siguieron la carretera hasta que vieron un sitio con buena pinta.

—Ahí hay muchos camiones aparcados, se debe comer bien.

Se equivocaban, ya que no había restaurante alguno, sólo un concesionario, lo cual explicaba lo de los camiones. En el siguiente lugar con camiones tuvieron más suerte.

—Tomaremos un menú del día —dijeron al camarero.
—¿Un menú de qué día? —preguntó éste—. Sean más específicos, caballeros.
—Pues… no sé… de hoy, por ejemplo.
—Yo tomaré uno del día de Navidad —contestó resuelto el chico de la gasolinera.
—Y para beber, ¿qué tomarán los señores?
—Vino tinto, de 98 octanos —dijo el muchacho sin titubear. Se había tomado en serio lo de pensar por sí mismo.
—Excelente elección.

Tras una agradable comida, regresaron a la gasolinera, donde se despidieron amistosamente. Ya otra vez en la carretera, siguió conduciendo siempre adelante hasta que el motor se paró. Después de todo, se había olvidado de llenar el depósito. Como no tenía a dónde ir, ese sitio le pareció un destino tan bueno como otro cualquiera. ¿Le parecería a Ana lo suficientemente lejos?

1 comentario:

  1. Una buena historia,de hecho,de las mejores que has publicado.A lo mejor es por que vas sentando la cabeza,el culo ya lo sentaras en el avion.tr

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